jueves, 10 de abril de 2025

La sonrisa impensada

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Regresé de visita a una ciudad que no es la mía. Estuve ahí dos años antes, todo era nuevo esa vez. En el segundo viaje, recorrí sitios ya conocidos y conocí sitios que no había recorrido.
Uno de los sitios revisitados fue una tienda de barrio que atiende una pareja que visiblemente no es del lugar. "No me gusta comprar ahí", me dijeron hace dos años. Cuando quise saber por qué, la respuesta fue que la dueña no es muy amable, su forma de hablar a veces es agresiva. Que incluso grita molesta a nadie en particular, parece renegar con el aire sin que nadie le responda y sin que nadie le entienda, porque reniega en su idioma. 
"El esposo es otra cosa, es muy amable, sonríe cuando te atiende", me dijeron esa vez.
Lo cierto es que en todas las pequeñas compras que hice, me atendió siempre la mujer, y confirmé lo que me dijeron. Ella se limita a pasar los artículos por su lectora de código de barras y dice la cantidad total. Casi ni contesta el "gracias" que acompaña la compra de prácticamente todos los clientes.
En este nuevo viaje, volví más de una vez a la misma tienda. Por casualidad, o quién sabe qué, siempre me atendió la mujer. Apenas contestaba el saludo, decía la cantidad a cobrar como si estuviera dando órdenes, no contestaba el agradecimiento ni respondía a la despedida.
"Así son sus modos. Atiende a los clientes, cobra, da el vuelto y nada más", concluí, sin darle demasiada importancia al asunto.
La última vez que estuve por ahí, la música de la mujer lo inundaba todo. Ella cantaba feliz, a voz en cuello. Me hubiera encantado saber qué decía la letra, incomprensible para mí, que a la mujer la tenía tan contenta. Casi parecía otra persona, muy diferente a la persona habitual, siempre con el ceño adusto y que prácticamente no interactúa con nadie.
Mientras escogía los productos, comparaba los precios y convertía mentalmente las cantidades a monedas conocidas, entró un grupo de muchachos. Eran cuatro o cinco adolescentes que entraron haciéndose bromas entre ellos. Al darse cuenta de la música, comenzaron a imitar los sonidos, a bailar toscamente, a improvisar una coreografía que por mala era muy graciosa.
"Van a quitarle la alegría a la mujer", pensé. "No creo que le guste ver ese espectáculo con esta música que, evidentemente, a ella le gusta tanto".
En eso, ocurrió algo inesperado. Sin salir del espacio desde donde cobra a los clientes, la mujer empezó a moverse al son de los muchachos, cantando más fuerte. Ellos empezaron a imitar los sonidos mientras seguían bailando torpemente y riendo entre ellos.
Todos reían, felices. Hasta yo me descubrí riendo ante una escena impensada momentos antes.
Bailando y cantando, la mujer les cobró las cosas que los chicos pusieron delante de ella. En cuestión de segundos, la transacción se completó.
Los chicos se fueron con su contagiante alegría. La mujer se quedó contagiada de alegría y, por una vez, me contestó con un "hasta luego" cuando me despedí al salir de la tienda.

jueves, 27 de marzo de 2025

Imagínate...

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Imagínate que tienes más de 20 años viendo una serie televisiva que viene de un país al otro lado del continente y al otro lado del océano, una serie que te cuenta cómo pasó y que prácticamente nadie conoce y menos ve, salvo las personas de tu entorno a quienes casi has obligado a ver.
Imagínate que tienes la suerte de ir de visita a ese país al otro lado del continente y al otro lado del océano de donde viene esa serie televisiva que viste más de 20 años.
Imagínate que un día vas caminando en la capital de ese país en el que estás de visita junto a la compañía perfecta por una pequeña calle dedicada a un famoso escritor de cuyo nombre no quiero acordarme.
Imagínate que a tu lado se detiene un auto al que sube una chica en la que casi no reparas, y que ni bien sube el auto, pide disculpas al chofer, pues debe regresar a la casa de donde salió porque "se olvidó el móvil".
Imagínate que reconoces la voz de la chica, que volteas a verla y crees que es una de las tantas caras que desfilaron por esa serie televisiva que viste durante más de 20 años.
Imagínate que se lo comentas a tu perfecta compañía, quien te alienta a decirle algo: "no tienes nada que perder", te exhortó.
Imagínate que lo piensas medio segundo y resuelves que si no te acercas a la chica cuya voz reconociste vas a arrepentirte por mucho tiempo.
Imagínate que te acercas a la chica y le preguntas si es quien crees que es.
Imagínate que te mira con ojos de curiosidad y que con voz confundida te dice "sí"...
Imagínate que le dices que vienes de un país que queda al otro lado del océano y al otro lado del continente, que viste LA serie durante más de 20 años y que la reconociste por su voz.
Imagínate que te mira con sorpresa, y con una sonrisa enorme te dice "mucho gusto", te extiende los brazos, te recibe un beso y que, por la diferencia de costumbres, no le das la mejilla para el segundo beso que es habitual en ese país que queda al otro lado del océano y al otro lado del continente.
Imagínate que ni tú ni la compañía perfecta atinan a pedirle una foto, pero que no te importa porque acabas de vivir un momento que duró un instante y te acompañará toda la vida.
Imagínate...

lunes, 24 de marzo de 2025

Querido blog

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Querido blog:
Te he tenido un poco relegado, lo reconozco. Digo relegado y no olvidado, porque te tenía presente a cada momento. Sería fácil usar la excusa de "no he tenido tiempo", pero eso no es cierto. Siempre podemos hacer un espacio para las cosas importantes.
Reconozco que tampoco he visitado los blogs amigos desde hace algún tiempo, pero tampoco los he olvidado. Ya me verán volver.
Lo bueno es que esta pausa ha servido para juntar más historias, que irán llegando en su momento.
Gracias, blog, por seguir aquí.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Y siguió con un concierto

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Esta no es una historia que empezó sin documentos y que no se sabría cómo  seguiría.
Esta no es la historia de una propuesta que llegó un domingo en la noche. "Tal vez ya es tiempo de pensar en un concierto".
Esta no es la historia de cómo descartaste la idea por loca, por impracticable.
Esta no es la historia de cómo un lunes por la mañana dijiste: ¿por qué no? Y claro, las cosas hay que hacerlas porque sí.
Esta no es la historia de cómo buscaste si había una lista de conciertos y si es que en esa lista de conciertos estaba tu ciudad.
Esta no es la historia de la búsqueda que hiciste en el sitio web con la lista de los conciertos, en la que buscaste tu ciudad. No, no estaba. Los nombres que encontraste te remitían al otro lado del charco. La idea volvía a ser loca e impracticable.
Esta no es la historia de cómo, al deslizarte por la lista, lograste ver una ciudad de un país vecino y pensaste "entonces, también está la capital". Y estaba.
Esta no es la historia de cómo encontraste la compañía perfecta para ese viaje que 48 horas antes habías descartado por ser una idea loca e impracticable.
Esta no es la historia de una compra de entradas para un concierto que se hizo gracias a la intervención de amigos de amigos, cuya intervención agradeces.
Esta no es la historia de cómo, ya con las entradas en la mano, pasaste a buscar pasajes y alojamiento, nuevamente con ayuda de amigos a quienes no ves hace tiempo.
Esta no es la historia de un viaje de noche, ni de una llegada muy temprano, una mañana de viernes, exactamente diez años después de la última vez que viajaste a esa ciudad, en una extraña travesura del calendario.
Esta no es la historia del frío que sentiste al llegar, ni de cómo cuando alguien dijo "hace frío", "y estoy lejos de casa" pensaste casi por reflejo, como piensas siempre. Nunca mejor dicho ni más apropiado que esa vez.
Esta no es la historia de cómo llegaste al lugar del concierto aparentemente demasiado temprano, ni de cómo, a los cinco minutos de haber llegado, abrieron la puerta y pudiste sentarte en primera fila, sin cabezas inoportunas que te taparan el espectáculo.
Esta no es la historia de cómo el concierto empezó puntualmente, ni de cómo el público aplaudió a rabiar cuando las luces del escenario se prendieron.
Esta no es la historia de cómo el público cantó todas las canciones, al punto que el cantante simplemente dejó de cantar en más de una ocasión para agradecer al público con gesto emocionado. Sí, todavía tiene la capacidad de emocionarse, pese a que crees que esto pasa en todos sus conciertos.
Esta no es la historia de un viaje de ida y vuelta, ni de un concierto, ni de una experiencia única (que espero que no sea la única) que empezó con una propuesta que llegó un domingo en la noche.
Entonces, ¿de qué es esta historia? Ni yo lo sé. Lo único que sé es que estoy disfrutando mucho el momento.