domingo, 28 de agosto de 2016

Andar felino

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Más de una vez he oído la expresión andar felino, pero recién hace algunos días pude apreciar con mis ojos lo que significa.

Caminaba por la avenida Larco en Miraflores, que empieza en el muy conocido parque Kennedy. El parque se ha hecho conocido desde hace algunos años porque empezó a alojar a muchos gatos que algunas personas abandonaron. Con el tiempo, la población de mininos aumentó, por lo que es común ver gatos paseándose por la inmediaciones del parque y algunos llegan hasta los locales aledaños en la avenida Larco.

Es ya normal ver gatos paseándose entre los transeúntes, sentados perezosamente al pie de las bancas del parque, durmiendo entre los jardines y hasta diría que posando para las cámaras de todo aquel que quiere inmortalizar el momento.

Así que no me extrañó para nada ver un gato caminando a mi costado una mañana cualquiera. Iba muy altivo, lento con ese andar felino tan elegante y casi estudiado que caracteriza a estos animales. A pesar de no ser muy amante de los gatos, debo confesar que este en particular me encantó.

Supuse que está acostumbrado a transitar entre humanos pues en ningún momento dio muestras de temor al estar en medio de tanta gente que iba y venía a toda prisa, sin prestar atención al gato que seguía su marcha con una elegancia que ya quisieran algunas de las modelos más cotizadas.

En sentido contrario al que yo iba, venían tres personas, aparentemente era una familia compuesta de padre, madre e hija adolescente. Conversaban alegremente y en su andar ni se fijaron en el gato. Parece que el gato estaba más ocupado en los detalles de su paso, pues tampoco los vio.

Y entonces ocurrió lo que yo estaba previendo: la muchacha pisó una de las patas del gato. El gato lanzó un chillido desgarrador, la muchacha gritó aterrada, quienes la acompañaban se quedaron inmóviles del puro susto y seguro sin entender nada de lo que había pasado.

El gato salió disparado en medio de sus escalofriantes sonidos, se separó lo suficiente de la fuente de su dolor y en un instante recuperó la compostura. Se sentó salvaguardado por la distancia que lo separaba de la muchacha que lo había pisado y desde su lugar, mientras la familia se daba cuenta de todo, el gato les lanzó una mirada acusadora.

Era una mirada terrible.

Si me hubiera lanzado esa miraba a mí, me hubiera asustado. Y mucho. Los directamente involucrados siguieron su camino, sin reparar más en el gato y seguro a esas alturas ya habían olvidado el asunto.

Yo seguí avanzando en la misma dirección en que venía caminando. No me atreví a voltear para ver si el gato seguía sentado con su mirada acusadora o si había retomado su andar felino.
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No conocía esta versión de Querida cantada por Juan Gabriel a dúo con Juanes. Vale la pena verlos y oírlos juntos.

martes, 23 de agosto de 2016

Recordando misterios domésticos

Hace algunos años publiqué este texto con misterios que pasan en mi casa y que seguramente ocurren también en casi todas las casas.

Misterios domésticos
Más de una vez han pasado en mi casa las siguientes situaciones.
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1. Cucharitas que desaparecen: por lo general, los cubiertos vienen en juegos de 6, 8 y 12. No entiendo cómo ni por qué, al cabo de un tiempo solamente hay 5, 7 u 11 cucharitas. Con los cuchillos, tenedores y cucharas no pasa lo mismo, es solamente con las cucharitas. Tratando de encontrar una respuesta a ese misterio doméstico, se me ocurrió que podían irse por el desagüe al momento de lavar los cubiertos. Descubrí que es imposible por la sencilla razón de que no hay espacio para que pasen por ahí.

Todas las personas a las que les he contado esto me han dicho lo mismo: que en su casa también se les desaparecen las cucharitas.

2. Medias que faltan: al momento de guardar la ropa recién lavada, muchas veces descubría que faltaba una media. Una sola. Lo más gracioso es que la media "perdida", por lo general de nylon, aparecía al cabo de muchos meses en los lugares más insólitos, como bien encajada dentro de la manga de una chompa o en la pierna de un pantalón, en un rincón de la lavadora (después de haber mirado montones de veces) o hecha un trapo en un rincón del lugar de la casa en que se tiende la ropa mojada (nuevamente, después de haber mirado montones de veces).

Harta de esa situación, compré una bolsa con cierre hecha de una tela con muchos huequitos. Ahora las medias no se pierden entre secarlas y volver a guardarlas... se pierden en algún momento entre que me las saco y se lavan.

3. Ganchos de ropa que se multiplican: aparece de la nada en mi clóset, un gancho vacío colgado a plena vista, que horas antes no había estado ahí. Una cosa es que las cucharitas o medias desaparezcan, y otra muy diferente es que los artículos, ganchos de ropa en este caso, surjan de la nada, podríamos decir que por generación espontánea, y se planten por su cuenta en un lugar visto y revisto no sé cuántas veces. Por una parte mejor, porque me ahorran el trabajo de buscar uno cuando quiero guardar la ropa recién lavada.

4. Plumas: aparecen por toda la casa, plumas encajadas en las esquinas de todas las habitaciones: en la sala, la cocina, el baño, en los dormitorios. Sé que deben ser de las palomas que vuelan por todas partes, pero lo raro es que van a depositarse en los lugares más recónditos y refundidos, casi entre los zócalos y las paredes. Por lo menos yo, nunca he visto cómo llegan ni qué caminos recorren hasta los lugares en los que las encuentro. De repente miro hacia una esquina, y veo una pluma. Suelo guardarlas, encontrar esas plumas me hace sentir que soy la destinataria de un mensaje que debo descifrar.

5. Vecinos fantasmas: estos vecinos constituyen un misterio tan grande que les dediqué su propio post. De todas maneras, los menciono en este porque los considero uno de los más grandes misterios domésticos. A veces escucho taconeos a mitad de la noche, o el sonido de miles de canicas rodando y rebotando sobre el piso del departamento de arriba del mío y que viene a ser el techo de mi casa, o como si alguien estuviera jalando y arrastrando por todos lados los muebles más pesados del mundo sin llegar a decidirse dónde dejarlos. Además, siempre son sonidos nomás, nadie habla nunca. Aunque pensándolo bien, es mejor que nadie hable nunca.

Todas las imágenes han sido tomadas de Google Images.

lunes, 8 de agosto de 2016

¡Vaya cliente!

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Hace poco me invitaron a participar en el blog A translator's thoughts (Pensamientos de una traductora). A continuación, la traducción del primer texto que publiqué en ese sitio web.
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A mediados de junio de este año, recibí un mensaje por correo electrónico de un posible cliente. Una amiga me había recomendado para que tradujera un documento sobre formas de ahorrar energía en el sector hotelero.

El mensaje decía algo así: "Tengo un texto en inglés sobre métodos para ahorrar energía en la industria hotelera que necesito traducir al castellano. Es un archivo en PDF que le puedo hacer llegar en cuanto me lo indique. Por favor, envíeme su tarifa y tiempo estimado de entrega, pero tenga en cuenta que esto es verdaderamente urgente. Tengo que tenerlo traducido a más tardar a fines de junio".

Luego de leer el mensaje, comencé mi repuesta, que a grandes rasgos decía: "No hay problema, por favor, remítame el documento para que pueda revisarlo y calcular el precio de la traducción".

Menos de 15 minutos después, tenía el archivo en mi bandeja de entrada. Lo descargué y lo convertí en un documento de Word, así pude ver la cantidad total de palabras que contenía. Eran más de 10,000 palabras a traducir, Empecé a calcular un precio razonable, teniendo en cuenta muchos factores antes de decidir un monto final.

Estaba a punto de enviar la respuesta con la tarifa y el tiempo estimado de entrega cuando recibí otro mensaje del cliente instándome a responder el mensaje anterior "Esto es realmente muy urgente", me dije.

Me tomé unos cuantos segundos más hasta que finalmente envié el posible cliente una respuesta y el compromiso de hacer todo mi esfuerzo para que lo tuviera listo para finales de junio. Como mucho, me tomaría hasta la primera semana de julio tenerlo traducido y revisado dos veces.

Y entonces, esperé, y esperé, y esperé. No más correos electrónicos, no más palabras de urgencia exigiéndome una respuesta.

Nada. Solamente silencio.

Al día siguiente, recibí un nuevo mensaje muy escueto: "Le contesto hacia el 30 de junio". Aparentemente la traducción no era tan urgente como este cliente pensaba.

Trato con personas así todo el tiempo: me contactan con palabras de desesperación, casi llorando para que las ayude, me dicen más o menos que su vida depende de mi trabajo y de lo rápido que lo puedo entregar. Y toda esta urgencia, toda su necesidad termina repentinamente cuando les digo cuánto les va a costar.

¿Qué creen? ¿Que debía hacer la traducción gratis? Entonces, ¿para qué piden una tarifa? ¿Por qué no son francos y dicen simplemente "Solamente puedo pagar esta cantidad por la traducción, así que tómelo o déjelo"?

Entristecida por lo que sentía era una oportunidad de trabajo perdida. pero animada por la sensación de que me estaba librando de algo que seguramente se convertiría en una molestia o, peor aun, un trabajo no pagado, y aun conociendo la respuesta por anticipado, esperé hasta el 30 de junio para mandar un nuevo mensaje por correo electrónico: "Este es un recordatorio de que hoy es 30 de junio y quería saber si ya tiene una decisión referida a la traducción urgente".

Recibí una respuesta al día siguiente: "No, disculpe, ya no necesito la traducción".